Hace quince días, fuí uno de los muchos espectadores que vio el documental de tv3 » L’Emma vol viure» (Emma quiere vivir). En el enlace podéis ver el documental, está prácticamente rodado en inglés así que nos preocupéis por el catalán. Hay subtítulos, pero no molestan.

Antes de emitirlo, el presentador del programa advierte de la dureza de ciertas imágenes. Y es que las imágenes de Emma, una joven holandesa de 18 años, impactan porque muestran la devastación que la anorexia provoca a quienes la padecen con la severidad que la sufre la protagonista.

Para alguien que no conozca la anorexia puede ser realmente difícil entender porque una persona que si no come se puede morir, no come. Esta es la simplicidad reduccionista de un análisis rápido y superficial. La verdad es que es un trastorno complejo, muy complejo. En el documental se hace referencia a algo que para mi explica que hay en la base de este trastorno: las personas que lo desarrollan han encontrado este camino (la restricción de la ingesta) para tener controlado el estrés vital que sienten.

Este mundo que nos ha tocado vivir, donde todo va muy rápido, donde se pondera la perfección, donde la exigencia es un valor al alza, donde las amenazas son cotidianas, donde se supone que hay que ser feliz siempre, donde vales más por lo que tienes que por lo que eres, genera muchísimo estrés. Se prevee que el estrés, la ansiedad y la depresión adyacente, en los proximos años en Europa serán una «epidemia» a nivel de salud mental. 

Cuando el estrés nos hace sentir desbordados y nos asusta, pensamos que lo que nos puede ayudar es el control. Controlar nuestro cuerpo y nuestra mente. El control tiene el peligro de proporcionarnos una falsa sensación de seguridad. La fantasía que controlando, restringiendo y evitando alguna de nuestras conductas, podremos no sentir el miedo enorme, el miedo atroz que hay detrás. Miedo, sí. Miedo a todo, pero, sobre todo, miedo a la vida. Miedo a no ser perfectos. Miedo a no ser felices. Miedo a no ser exitosos.

En el caso de este documental produce una gran desazón ir viendo como Emma lucha por seguir viviendo. Para hacerlo tiene que comer y, paradojicamente, comer la mata. La mata porque cada cucharada que se lleva a la boca es una tortura. Sabe que tiene que comer pero no puede. El trastorno es ya muy severo y ella está muy débil.

No pretendo hacer una disertación profesional sobre la anorexia, sus causas, los factores predeterminante o desencadenantes, ni los tratamientos posibles. Los especialistas y expertos tienen conocimientos mucho más profundos que los míos, pero sí quiero destacar una frase del documental y reflexionar en voz alta con todos vosotros. La frase dice algo así como: «La anorexia se convierte en un mecanismo para afrontar el estrés que tú mismo te has enseñado» (minuto14’45»).

Lo único que me atrevo a sugerir es que estemos atentos a nuestros hijos e hijas, que observemos que nivel de satisfacción tienen con su propia vida, como se relacionan con su cuerpo y, sobre todo, si están agotados, tristes y estresados. Y, además, añadiría que hablemos con ellos. Que hablemos sobre la vida y les ayudemos a calmar su ansiedad vital.

También quiero destacar el profundo amor y respeto que vemos en el documetal. De Emma hacia su familia, de los padre hacia ella y al final, entre los cuidadores y Emma. Este amor también impresiona.