Las palabras curan

Amistades (relaciones) peligrosas

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María, de 5 años, suele salir a pasear con su madre un rato cada tarde. Hace unos días estaba en el parque jugando con su patinete nuevo. Allí había otras dos niñas a las que quiso acercase. De repente el padre de las niñas le obstruyó el paso y le gritó con grandes aspavientos, que no se acercara a sus hijas. La madre de María se acercó al padre y éste le dijo que habían decidido limitar al máximo el número de niños con los que se relacionaban sus hijas para jugar, debido a la situación de pandemia.

María, rechazada por este padre, tuvo una experiencia desagradable y, seguramente, incomprensible. Aunque su madre le explicó amorosamente, de nuevo, la importancia de mantener las distancias para evitar contagios por el “bichito”, recibió un mensaje del tipo «las relaciones sociales son difíciles y dolorosas, me gritan y no me quieren». En este contexto, esta niña vio frenada su espontaneidad y su necesidad básica de relación con sus iguales de una forma brusca. Este tipo de experiencias, si se van repitiendo, se fijaran en su aprendizaje psicorelacional con el entorno.

Una hipótesis al respecto es que el desarrollo de un mecanismo de defensa intrapsíquico para sobrevivir a estas situaciones (si se prolonga esta situación) se instaura como patrón en el ámbito de las relaciones con las otras personas. La defensa viene a proteger al individuo del dolor, la frustración y la angustia que las relaciones sociales le provocan. Algunas defensas posibles serían el retraimiento, la escisión, la disociación, la represión, el aislamiento, entre otras.

Por otro lado, en este mismo ejemplo de María, también hay que fijarse en las dos hermanas cuyo padre protege de manera exaltada para que nadie se les acerque. Estas niñas también han recibido un impacto emocional con un mensaje del tipo «las otras personas son peligrosas, para sobrevivir hay que estar solo, no me puedo fiar de nadie». De entrada es posible que tengan una reacción de miedo frente a los desconocidos, que puede derivar en fobia social y, al ver muy limitado y reducido su círculo social, ver mermado su aprendizaje psicosocial, con las posibles consecuencias posteriores en su desarrollo evolutivo. Y, por supuesto, ellas también podrían desarrollar las defensas de las que hablábamos más arriba.

Los niños, en este sentido, son los más vulnerables porque están en desarrollo todavía sus habilidades sociales, tan necesarias para manejarnos de forma saludable con los demás, como seres gregarios que somos. Como adultos, tenemos mucho que aportar a lo socio-relacional para afrontar esta situación en que reiteradamente nos recomiendan distancia social. En este escenario es necesario que actuemos con madurez, serenidad, responsabilidad y que tratemos con sumo cuidado y delicadeza a los niños. Ellos aprenden y ven el mundo a través de nuestros ojos. Como parte implicada, seamos conscientes que hay que educar en la prevención pero en ningún caso en el miedo.

No podemos saber el alcance de las consecuencias sociales que nos dejará esta pandemia. Todavía no tenemos certezas, pero podemos empezar a proponer algunas hipótesis como lo hemos hecho en este ejemplo real, concretamente sobre lo que sucede en el aspecto relacional. En general, las consecuencias están por ver.

La sociedad la formamos todos, mirémonos por encima de la mascarilla con confianza y esperanza.

 

 

 

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