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La autoestima nace de la mirada del otro

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La autoestima nace de la mirada del otro

Todo el mundo tiene una idea más o menos elaborada de lo que es la autoestima. A nivel coloquial, de alguien que se siente inferior a los demás, tiene complejos y no se quiere a sí mismo diríamos que es alguien con baja autoestima. Sin embargo, de alguien prepotente, narcisista y egocéntrico no diríamos que tiene problemas de autoestima y los tiene, y graves. En este segundo caso el problema viene por un exceso y es que la autoestima es un problema tanto si es alta como si es baja. Una persona con una autoestima saludable pasa desapercibida. No necesita exhibirse ni necesita desaparecer, simplemente está presente y está a gusto con ser quien es.

Como la mayoría de los aspectos que determinan nuestro sentir hacia la vida y hacia nosotros mismos, es la infancia la época en la que se generamos nuestra autoimagen. No nacemos con una dotación “X” de autoestima, nacemos sin la idea preconcebida de si somos buenos o malos, válidos o inútiles. Es a través de la mirada del otro, generalmente de los progenitores aunque también de otras figuras de referencia importantes como abuelos, hermanos etc  que vamos adquiriendo una idea de quienes somos.

Cuando la crianza se desarrolla en un entorno de respeto por las individualidades personales y los padres pueden mirar a su hijo sin juicio de valores, entonces se están creando las condiciones para que esta persona crezca y despliegue todo su potencial. Las dificultades en la formación de la autoestima vienen cuando se recibe una mirada cargada de expectativas, de juicios y de temores.  Cuando percibimos miradas de decepción, de exigencia, de miedo, de complacencia, de severidad, de desagrado, de castigo,  entonces la autoimagen y la idea que nos vamos creando de nosotros mismos, es la de ser alguien no suficientemente bueno e incluso despreciable, en los casos graves. Sentir eso genera muchísima ansiedad y una desesperanza interna que nos lleva a lo largo de la vida a reclamar continuamente, a quienes están a nuestro alrededor, atención. Es decir, a ser dependientes y a necesitar que nos confirmen frecuentemente que no somos tan malos y que nos quieren.

Mirar a un niño con confianza, nos obliga a ser adultos satisfechos con la vida que llevamos y con ser quienes somos. Esto requiere un compromiso con nosotros mismos muy serio: responsabilizarnos de nuestra propia felicidad sin depositarla en manos de nadie, ni de nuestros padres, ni de nuestros hijos.

Para ello a veces será necesario echar la vista atrás y sanar heridas que arrastremos de nuestro pasado e incluso trabajar firmemente para mejorar nuestra autoestima siendo ya personas adultas porque, esta es la buena noticia, siempre estamos a tiempo de mejorar la relación que tenemos con nosotros mismos y con nuestro entorno.

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