Las palabras curan

Mujer, culpa y vergüenza (2)

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En un post anterior llamado «Mujer, culpa y vergüenza» escribí brevemente sobre la culpa y la relacioné con el mito del pecado original donde se relata que es Eva la culpable de morder la manzana e incitar a Adán a comer también del fruto prohibido. El resultado de tamaño atrevimiento fue la expulsión del Paraíso y un montón de males más.

Una de las consecuencias terribles de la desobediencia de Eva fue empezar a sentir vergüenza. En la Biblia se hace referencia a que la desnudez, hasta entonces normalizada, que pasó a ser motivo de vergüenza por lo que empezaron a cubrir sus cuerpos. De la inocencia, frescura y despreocupación por los cuerpos libres y desnudos, a la necesidad de cubrirse para tapar sus «vergüenzas». Es curioso que a las partes genitales del cuerpo, que nos dan placer y son tan útiles para mantener la especie, se les llame vergüenzas. ¡Vaya tela!

El sentimiento de vergüenza se ha ido sofisticando con el devenir de la historia humana. La antropología seguro que tiene mucho que decir al respecto ya que en diferentes culturas, y con cultos religiosos muy distintos, se vive de forma diferente. En nuestro mundo, estamos ahora en un punto en que sentimos vergüenza por lo que somos y vergüenza por lo que no somos. En definitiva sentimos vergüenza por todo.

La timidez extrema se considera una patología y a menudo se dice que la persona que la sufre es vergonzosa. Hoy no me refiero a esta cuestión de la que puedo hablar en otro post, de lo que hoy hablo es de la vergüenza que sienten las mujeres y la relaciono con el desagrado que sienten hacia su cuerpo y, por ende, hacia ellas mismas. Si le añadimos que algunas mujeres cargamos con secretos inconfesables de algo que ha ocurrido en nuestra vida en el pasado o que hicimos hace mucho tiempo y seguimos callando u ocultando por vergüenza, podemos llegar a despreciarnos gravemente y tener comportamientos autodestructivos o conductas de riesgo como autocastigo por el hecho de sentirnos despreciables y avergonzarnos de nostras mismas. .

Curiosamente, a más tiempo en silencio, más peso y más vergüenza. Si tenemos la posibilidad de ir adquiriendo el coraje y la seguridad personal de defender quienes y cómo somos y de revelar nuestro secreto, la vergüenza empieza a esfumarse. Los seres humanos somos bastante parecidos unos a otros y confesar aquello propio que nos avergüenza o nos acompleja consigue que nos sintamos liberados y libres.

Una buena educación que valore la diferencia y la diversidad, que huya de comparaciones inútiles e intrascendentes, y que deje de ponderar como ejemplos a las más guapas, las más delgadas, las más exitosas, las más ricas, en definitiva «las más», es un buen antídoto para el veneno silencioso de la vergüenza.

 

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